14 febrero, 2010

El camino del elegido

Año 1946
En algún lugar de los montes bilbaínos, País Vasco, España.

- ¡Ey, chico, ven aquí!

Este corrió hacia la posición de Garmendia. Más allá de la improvisada trinchera de matorrales, se podía oír como se acercaban las patrullas de la Guardia civil con sus canes.

-¡Estás sangrando!- exclamó el joven preocupado.

Garmendia sangraba copiosamente de una herida de bala en el costado. Sonrió, sacó del bolsillo de su chaqueta una pequeña petaca y dio un largo trago. A continuación, desenfundó su Luger, la cual había birlado a un soldado alemán durante la guerra.

-No es nada- intentaba tranquilizarle- Solamente me ha rozado.

Pero esa no era la verdad. La bala le había atravesado de lado a lado, con la suerte de no haberse encontrado con ningún órgano vital.

De repente sonó un silbato. En un peñasco enfrente de donde se encontraban, un joven patrullero los observaba mientras intentaba alertar a sus compañeros. Pronto el ruido de los perros y de los pasos apresurados de los guardias se escuchaba mucho más cercano.

-Mikel, cuando diga ya, quiero que corras lo más rápido que puedas hacia la Guarida y que te escondas ahí ¿Entendido?

El chico lo miró con sus ojos almendrados.

-No pienso dejarte sólo, Karlos- dijo, denotando gran valentía.

Los guardias estaban casi encima de ellos. Karlos Garmendia quitó el seguro a la pistola.

-Mikel Larrañaga, haz lo que te digo- le ordenó con seriedad.

El chico asintió al fin. Mientras, el joven guardia civil se dirigía hacia ellos con su fusil en alto preparado para cargar contra el primero que tuviese a tiro.

-¡Ya!

Mikel, sin pensárselo dos veces, echo a correr hacia la protección de la espesa arboleda, que se extendía a sus espaldas. Miró atrás en el momento preciso en el que Karlos disparaba al patrullero, el cual cayó de espaldas sin tiempo a reaccionar. Entonces, tropezó. Karlos lo vio, al igual que también pudo ver al guardia que apuntaba hacia el chico, apunto de efectuar el disparo.

-¡Cuidado!- gritó mientras disparaba contra el guardia- ¡Vamos, corre!

Se incorporó y empezó a correr como alma que lleva el diablo. Oyó varios disparos, los ladridos de los perros y un desgarrador aullido de dolor, que presagiaba la muerte. Luego, silencio. No le hizo falta mirar atrás. Una solitaria lágrima rodó por su mejilla. Ahora solo oía los intensos latidos de su corazón. Y así continuo su carrera, hasta perderse en la oscuridad del bosque…

La Guarida

El chico estaba agotado. Había corrido como alma que lleva el diablo por entre la espesura del bosque hasta llegar al escondite.

La Guarida eran una serie de cuevas en lo alto de un risco de difícil acceso, ocultas por la arboleda. Su “grupo de Resistencia”, que era como se autodenominaba su cuadrilla de maquis recelosos del orden fascista, las habían equipado para hacerlas habitables y convertido en una inmejorable trinchera. Ahora mismo sería el principal objetivo de la Guardia Civil.

La noche ya caía sobre las tierras vascas haciendo desaparecer la luz de un sol que se ocultaba tras las imponentes montañas, no sin antes teñir de un color rojizo el cielo despejado que pronto se convertiría en un mar de incandescentes estrellas.

Mikel entró al cobijo de las rocas. Enseguida notó el fuerte olor a humedad y a papel mojado. Estaba en la sala en la cual guardaban la propaganda libertaria. Estuvo apunto de caer al tropezar con una pila de folletos enviados desde Inglaterra y firmados por el propio Winston Churchill en los que les animaba a seguir luchando.

Luchar… ya no le quedaba fuerzas para ello, había perdido a su mejor amigo, al que podría y a veces se comportó como tal, ser su propio padre. Se le había derrumbado su único apoyo y fuente de esperanza. Pobre Karlos.

Vislumbró en la ya creciente penumbra su pequeño lecho y en el se tumbó. Le dio mil vueltas a lo que haría al día siguiente. Al fin tomó una decisión, mañana empezaría los preparativos para huir de allí. Ya más tranquilo, solo le quedo rendirse a Morfeo.

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Mikras Fulton

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