Madre, no bajan del monte,
los que al monte se subieron,
ni de día ni de noche,
mis ojos vuelven a verlos.
Madre, yo quiero que vengan,
que vengan los guerrilleros.
¿Te acuerdas de aquella noche,
que nuestro pan compartieron?
¿Te acuerdas del que me dijo:
Serrana del sol moreno,
jazmín blanco de la sierra,
hueles a flor de romero?
Aquella noche soné
con siete caballos negros
en la sierra de Huelva
y en las montañas de Gredos.
El pelo, negro y luciente,
todo sembrado de espejos,
y aquella voz melodiosa,
brusca y cariñosa, a un tiempo.
El se fue para ser libre,
y aquí quedó prisionero.
Y si no viene a buscarme
yo me marcharé a su encuentro,
porque desde aquella noche
mis ojos no han visto el sueño,
y está todo oscuro y triste
como en el más largo invierno.
Por ser libres y valientes
a la sierra se subieron.
Madre, yo quiero que vuelvan
que vuelvan los guerrilleros.
Yo lo espero entre dos luces
con un cantar en el pecho,
y un fusil frío de nieve
reluciente de luceros,
clavado en el corazón
con siete caballos negros.
¡Qué valientes por la sierra,
qué gallardos por el pueblo!
Madre, yo quiero que vuelvan
que vuelvan los guerrilleros.
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