14 enero, 2009

Cristino García Granda


“Queridos camaradas: os extrañará no haberos enviado noticias de mi situación. Es porque no sabía si el conducto era seguro y temía que mis notas fueran a manos de la policía.

¿Qué queréis que os diga del mal trato en Gobernación? Desde que caí me lo esperaba todo y estaba dispuesto a aguantar todo lo que viniera. Sólo hubo un día de buen trato: el que caí. Desde cigarrillos rubios hasta palabras dulces, ofrecimientos de facilitarme la fuga, propuesta de que me pusiera a su servicio. Mi respuesta ya os podéis suponer cuál fue. A partir de aquí empezaron las “sesiones”. Al tercer día me sangraban los oídos y tenía los testículos como puños. Los vergajazos ya no quedaba una pulgada del cuerpo adonde no hubieran llegado. Después de cada “sesión”, me bajaban arrastrando cuatro esbirros. Cuando me desmayaba me echaban un cubo de agua, y otra vez a zumbar. Así estuvieron doce días, sin parar. Me dejaron reponer otros tres, y a empezar de nuevo una semana seguida.

Me he convencido que tengo la piel muy dura y que quien se lo propone, quien en estos momentos piensa en lo que es, y más si es comunista, no habla aunque le hagan picadillo. Creo que no hice más que comportarme como debía. No os digo esto para vanagloriarme. Lo hago sólo porque sé el fin que me espera, y quiero que esta carta, si por desgracia es la última, sirva no sólo como esclarecimiento de lo ocurrido, sino también para que pongáis al desnudo ante el mundo los métodos de estas bestias y cual ha de ser siempre el comportamiento de los antifascistas cuando tienen la desgracia de caer.

Como os digo, mi situación y la de los demás camaradas es de pocas esperanzas. Quieren envolvernos en un proceso común, y nos hemos negado a aceptarlo. Yo comprendo que matarnos por actividades políticas resultaría difícil ante la situación internacional, y por eso nos achacan atracos y otras cosas. Me olvidaba deciros que a los tres primeros “interrogativos” asistió un “boche”, que me dijo que tenía buenos “recuerdos” míos y de Medina en Francia. El tercer día se despidió de mí cuando sangraba por todas partes, echándome una bocanada de humo en los ojos y diciéndome: “Ya era hora de que te cazáramos”.

Perdonad si esta carta va un poco revuelta, pues la hago a intervalos y con vigilancia permanente. Me tienen enjaulado como a un mono; sólo faltan los niños echándome cacahuetes. Por eso quiero aprovecharla para dirigirme, quizá por última vez, a mi pueblo y a mi querido Partido. Mi ánimo, camaradas, es tan firme como lo fue siempre el mismo. Cuando pasé la frontera para incorporarme a mi puesto de combate contra esta patulea de fascistas, sabía que no eran rosas lo que me esperaba. Pero estoy orgulloso de haberlo hecho. Para mí, más que una tarea de sacrificio, era un honor que se me concedía al venir a luchar por mi pueblo y por mi patria. Recuerdo la rabia que me daba cuando en Francia veía que otros camaradas salían para el país antes que yo. Aquí estaba y está nuestro puesto. Si en la lucha caemos alguno, ¡qué importa! Otros proseguirán nuestra obra, pero no podéis imaginaros la satisfacción que tengo de haberme comportado como era mi obligación. Y así me portaré hasta el último momento. Ya sé que la canallesca Falange intentará echar basura sobre nosotros, acusándonos de robos y otras cosas. En el juicio presentaron a un tipo que en mi vida he visto delante, que me acusaba de ser su jefe; dijo que me había conocido en Madrid, dos meses antes de salir yo de Francia.
Por este estilo son las demás acusaciones. La realidad es que me han condenado y a matarnos van, porque los “boches” alemanes no me perdonan los malos ratos que les hicimos pasar. Quieren matarme porque soy antifascista, fiel hasta la muerte a la causa antifascista y al Partido.

Antes de terminar quisiera daros algunos consejos, que, dentro de mi modestia, creo que serán útiles. Estamos en situación en que posiblemente dentro de pocos meses nuestra patria será liberada. Mi experiencia me ha demostrado que no hay cosa que más vuelva locos a estos perros que la lucha guerrillera. Hay que prestar mucha atención a su crecimiento. Creo que hay que poner mucho cuidado en la selección de los mandos; que sean hombres capaces y que, si algún día caen, que no se dejen envolver por los trucos y martingalas del enemigo. Otra experiencia que he sacado es que hay que imponer inflexiblemente la norma de que nadie conozca más que lo que interesa. Hay que educar a los camaradas en el coraje ante el enemigo, en la seguridad de que tienen más posibilidades de salvarse el que no suelte palabra que el que hable. Y por encima de todo, haya o no haya posibilidades de salvarse, lo que debe imperar es nuestra conciencia de comunistas.

Tengo tantas cosas en la cabeza, que creo que estaría escribiéndoos una semana seguida, pero comprendo que tenéis cosas más importantes y no quiero entreteneros. Quiero pediros un favor, y es que hagáis llegar esta carta a nuestro grandioso Buró, pues de ella se enterarán también mis antiguos compañeros de lucha francesa. Soy poca cosa, pero sé que en cuatro años que peleamos juntos para liberar a Francia de los invasores alemanes, establecimos unos lazos que ni la muerte podrá romper. Si orgulloso me siento de ser hijo de España, no es menos el que siento de haber aportado mi esfuerzo a la liberación de Francia. Ellos ya son libres, pero a dos pasos tienen el enemigo, a los nazis y falangistas, que saquearon y asesinaron miles de franceses. Decidles que no descansen hasta barrer a estas bestias falangistas. Por último, dedico mi despedida a vosotros y al Buró.
A vosotros, camaradas de la Delegación, os pido que no escatiméis sacrificios para que nuestro querido Partido sea lo que siempre fue: el Partido de la vanguardia antifranquista.

Aún es muy largo el camino que tenemos que recorrer hasta ver a nuestra patria libre de los fascistas, pero ya queda poco. Cuando se ve cómo tiemblan ante lo que les espera, tenemos que dar mucho más, la vida y mil vidas que tuviéramos, pues todo hay que darlo por bien empleado por la libertad y el triunfo del pueblo y de la democracia. Transmitirle mi saludo a los guerrilleros, mis compañeros y hermanos, y estoy seguro de que pase lo que pase seguirán peleando como hemos jurado hacerlo. Decidle a la dirección del Partido que la promesa que le hicimos de ser fieles hasta la muerte al Partido, la hemos cumplido; que no olvidamos sus enseñanzas y consejos, y que si tenemos que morir, nuestros verdugos sabrán cómo mueren los comunistas, lo mismo que supieron cómo luchaban.

A la camarada Dolores, nuestro guía, nuestra maestra y ejemplo de luchadores, sólo dos palabras: un grupo de comunistas está casi en capilla, y cuando recibas ésta seguramente ya no existiremos. Sin embargo, queremos decirte que nadie ha podido arrancar una queja de nuestros labios ni nadie pudo impunemente echar basura sobre el nombre del glorioso Partido que diriges.

Nuestra mayor preocupación, desde que caímos en las garras de esta Gestapo española, fue poner bien alto el nombre del Partido, y de nada valió todas sus martingalas, porque, cuando alguien intentó insultar al Partido, hubieras visto a tus discípulos los comunistas, saltar como fieras en su defensa.

Hemos caído, mala suerte; pero sabemos que quedan muchos miles de españoles, comunistas y no comunistas, que la terminarán. Tu nombre, que es admirado y querido por millones de españoles, es nuestra bandera. Y todo lo damos por bien empleado, porque el orgullo de haber vivido honradamente y de haber sido dignos del título de comunistas vale más que la propia vida. No me importa lo que de mí digan los fascistas, pues lo que importa es lo que diga mi pueblo, al cual me debo y nos debemos todos.

Por él, por su libertad he luchado, lucharé hasta el último momento. Y cuando este momento llegue, estad seguros, camaradas, que un modesto militante del glorioso Partido Comunista sabrá morir como mueren los comunistas.
¡Viva el antifascismo español! ¡Viva el héroe de la resistencia, nuestro gran Partido Comunista! ¡Viva la más grande y valiente de las mujeres, nuestro jefe “Pasionaria”!

Cristino García
En la prisión de Carabanchel 15 de febrero de 1946

2 comentarios:

fritus dijo...

Supe de la existencia de Cristino buceando por internet, buscando información sobre españoles que combatieron contra el fascismo en la segunda guerra mundial....me quedé impresionado con el valor y el arrojo de este hombre y su grupo en lo que se llamó la "batalla" de La Madeleine, en al que un grupo no superior a 50 hombres a su mando derrotaron e hicieron capitular a una columna nazi de 1500 efectivos. Y esso solo fue una parte de los varios episodios en los que intervino este valiente luchador por la libertad.
Es muy triste que este puñetero país que tenemos glorifique a asesinos en masa colonialistas y este heroe, un hombre que es heroe nacional en la república francesa, sufra el más grande de los olvidos.

Un abrazo y salud

Anónimo dijo...

Como pudo escribir esta carta y sacarla dela carcel mientas estaba preso????