02 abril, 2008

Encuentro con los Maquis

Relato de un encontronazo con los Maquis. Un encuentro fatal que desembocó en tragedia. El terror de la posguerra franquista en un relato verídico, pues esta historia se encuentra referenciada en el libro: “Los Guerrilleros de Levante y Aragón” de Salvador Fernández Cava.

Nunca se sabrá realmente lo que le dijeron los Maquis a Luís Álvarez, juez de Valdecabras, para que entrara en una enfermedad depresiva hasta la muerte. El mundo rural y sus gentes sufrieron la violencia generada por ambas partes. En un ambiente duro, donde la vida prácticamente no valía nada, y nada se tenia, o se estaba con la guerrilla, ayudándoles unas veces por convicción y otras por interés económico, o se estaba con la guardia civil, pero jugar con las dos barajas intentando sortear ambos frentes, era un juego doblemente peligroso.

Mi impresión es que le debieron amenazar verbalmente para que no delatara o actuara en contra de ellos, posiblemente por el conocimiento que tendrían los habitantes del pueblo de los movimientos de la guerrilla por esos parajes. El terror pudo apoderarse de el hasta la muerte. Si hubiera sido un delator, en ese mismo momento la guerrilla le hubiera ajusticiado, en cambio lo dejó libre.

El relato muestra un dato histórico que el autor conoció en persona, y es que en “La Hoya de los Ajos” y en “Los Callejones de Abarca”, estuvieron sendos campamentos asentados.

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Los Maquis, por Honorato Álvarez

Los maquis estuvieron en los montes de Valdecabras unos tres años o más. Por entonces murió mi padre. Fue el día 24 de noviembre de 1947, no se me olvidará, cuando me salieron a mí. Unos días antes le salieron a mi padre, Luís Álvarez, en el portillo del Cambrón, cuando volvía de Zarzuela donde había ido a comprar una mula. Se conoce que, por lo que fuera, mi padre les tuvo que decir que era juez –o ellos ya lo sabrían -, el caso es que algo muy grave tuvo que oír y sentir, pues cogió tal canguis, del miedo que le metieron, que la sangre se conoce que se le envenenó. Se metió en la cama y ya no salió. Se fue al otro mundo sin saber que yo sabía lo que le había pasado. No dijo nada a nadie, aunque yo sospecho que el tío Casimiro algo tenía que saber, a lo mejor mi padre le comentó algo. Mi padre no era un enclenque, era un hombre sano y salvo, alto, fuerte, lo que se dice un tiarrón.

Aquel día 24 yo había terminado de comer y tenía una perra que era muy cazadora y vi, subido a una piedra, algunos papeles rotos y me entretuve en unirlos para ver si podía saber de que trataban, pero fue imposible, pues estaban hechos pedazos muy pequeños. Pero ellos ya me estaban guipando. Yo pensé que la noche anterior habría dormido por allí algún fuinero, porque entonces solían ir por allí a cazar fuinas. Y luego vi a la perra comiendo huesos, y dije: “pero, bueno, si está comiendo huesos la perra”, y había también piedras removidas y pude comprobar que alguien las habían levantado para hacer sus necesidades y luego había tapado la mierda con las piedras, para no dejar rastro. Fue en el Puntal de La Hoya de los Ajos. Luego los Maquis se cambiaron más arriba, a Los Callejones de Abarca. Estando en esas, vi que se me acercaban dos tíos y me vocearon: ¡pastor, venga Vd. para acá!; yo creí que eran forestales, por los fusiles que llevaban, y salí a su encuentro y entonces vi que un tercer hombre estaba escondido detrás de un enebro, seguro cubriendo a los otros dos, por si yo hacía algo raro o amago de salir corriendo. Llegué a donde estaban y dije: ¡buenos días! ¡Buenos días! me dijeron y entonces oí como el que estaba en el enebro descerrajaba el fusil. Me preguntaron si los conocía o había oído hablar de ellos; yo dije que no, pero yo sí que estaba bien enterado de todo aquello, pues mi padre, como era juez, recibía todas las semanas el boletín y yo los leía y sabía que en tal o cual pueblo habían matado a algún guardia u otra persona.

Ellos me dijeron entonces que eran los guerrilleros de Levante y me preguntaron si había oído hablar de los maquis. “Sí, de eso si que he oído hablar, pero yo como soy pastor llego tarde a mi casa y enseguida me acuesto” les dije. Me dijeron entonces que me fuera con ellos a merendar; yo les dije que no, que no tenía pan. Me dijeron que no hacía falta que iba a merendar con ellos a las chabolas que tenían. Me dijeron: Vd. ha estado con nosotros, pero Vd. no sabe nada y no tiene que decir nada de esto a nadie, ni a los guardias ni a la familia ni a nadie. Ya no me acuerdo, pero tuve que decirles, a preguntas suyas, que me llamaba Álvarez, pues me dijeron: “¿no será Vd. hijo de un señor, que es el juez de Valdecabras, que vimos hace unos días cuando venía de comprar una mula de Zarzuela? (A mi padre le habían salido unos días antes en el cruce del camino que va a Villalba por el de El Cambrón) y yo les dije que sí; me llevaron a una garita que tenía en la puerta un cascabel con dos cuerdas; se conoce que era para avisarse de cuando tenían que relevarse cuando hacían guardia o decirse algo el uno al otro.

Me dijeron que yo era joven, que por qué no me iba con ellos, que la vida de pastor era muy mala y, yéndome con ellos, el día de mañana podría ser un hombre, no como allí, siempre con el ganado. Les contesté que mi padre era ya muy viejo y que no podía dejarlo sólo. Entretanto llegamos a otra chabola. Allí tenían de todo, fusiles, bombas, pistolas… Ya, antes, como he dicho, me habían advertido de que no tenía que decir nada a nadie de lo que había visto. Me volvieron a decir que de pastor no tenía futuro, que me fuera con ellos. Luego me llevaron a otra chabola que tenían llena de naranjas y granadas, ¡que naranjas! ¡que granadas! Me querían llenar el morral de naranjas, pero yo les dije que con una tenía bastante; cogí una naranja y dos granadas.

Me dijeron también que podía llevarme un fusil o una pistola y, finalmente, cuando me dijeron que ya me podía ir, salí enhebrando...Aquel día, por la tarde se lió a nevar y cayó un buen nevazo y al día siguiente había un palmo de nieve y el ganado lo había dejado en El Tirao. Mi padre, que ya estaba en la cama, me dijo: más vale que, en lugar de ir solo, te vayas con tu hermano; os vais los dos y pasáis el ganado del Tirao a La Rocha; había que pasarlo por El Escalerón y La Cambronera a Hoya Carriz, que aquellas tinadas eran de nosotros. Total, que yo ya iba muy malo, no me encontraba bien; le dije a mi hermano que diera la vuelta al ganado para ir al Escalerón y yo me fui al chozo del Tirao a echar lumbre, pues empezaba a sentir un frío.., un frío..., y a tener mal cuerpo, yo creo que a causa del miedo que tenía ya metido.

Total que, después, en vez de seguir a mi hermano que iba a pasar el ganado a la parte de Buenache, cogí el camino que viene por El Polvoso y me vine al pueblo. ¡Nueve meses malo! ¡Nueve meses malo que me tiré!Estábamos mi padre y yo en la cama. El día que murió mi padre me tuvieron que coger y llevarme a casa de mi tía: cuando estaba ya agonizando me cogieron, con la cama y todo, y me llevaron a la casa de mi tía y cuando murió mi padre fue el tío Nicolás a decírmelo.

Yo lo único que le dije es que no quería que tocaran las campanas. Y en el entierro de mi padre no tocaron las campanas. No pude ir al entierro de mi padre y así me tiré nueve meses. Cuando llevaba cuatro o seis meses, el médico Torrecilla me dijo que estaba mejor, que tenía que bajar a Cuenca a revisión. Bajamos yo, mi madre y mi primo Valeriano y entonces fue cuando les conté lo que me había pasado con los maquis y, también, el encuentro de mi padre con ellos, pues no sabían nada ni mi madre ni Valeriano.

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