(Extraido de: http://www.lagacetadesalamanca.es/viva-mi-pueblo/colmenar-de-montemayor/2016/07/01/llegada-partida-maquis-colmenar-1946/178421.html)
Un episodio del que apenas se
habló en muchos años porque suscitaba recelos y malos recuerdos en la
población, fue la llegada de una partida de maquis a Colmenar. El resumen de la
narración está basado en unas notas inéditas del hijo del secretario del Ayuntamiento
en aquella época, que participó
activamente en algunos episodios y fue testigo directo de los hechos.
En un día frío de mediados de
enero de 1946, la tarde del 11 concretamente, un grupo de seis guerrilleros
armados -maquis- entraron en el pueblo por el camino de las Nogales procedentes
de las Hoyas y llegando a la Plaza Mayor
entraron en una de las primeras casas que se encontraron, -un palacete de
finales del XVII-, ya que, según explicaron después, dada la estampa señorial de la casa, intuyeron
que allí vivía alguien con posibles y responsabilidades en el pueblo. Desde
allí, a punta de pistola y con el propietario como rehén, se dirigieron a la
del jefe de falange, quedándose cuatro
de ellos vigilando en la plaza del Solanillo.
Enteradas las autoridades
locales, -el secretario, el alguacil y el juez-, de lo que estaba ocurriendo,
se dirigieron a la casa donde tenían a los rehenes. El secretario solicitó a
los que hacían guardia a la puerta que se identificaran, pero fue encañonado
por uno de los guerrilleros que le arrebató la cartera y dirigiéndose a los
demás gritó: “¡Tenemos al Secretario del Ayuntamiento!” obligándole a entrar en
la casa.
En el interior, el que parecía
ser el jefe, les explicó a los presentes
que eran “guerrilleros antifranquistas, los que conocéis como maquis”
dijo “y no queremos hacer daño a nadie. Hemos llegado a este pueblo,
desorientados y necesitados de alimentos y dinero y nuestra intención es
obtenerlos y seguir el camino hacia el norte”. Exigieron bajo amenaza de muerte
que le dieran el nombre de dos familias acomodadas del pueblo para recoger
los alimentos que necesitaban. Salieron
todos, rehenes y maquis, hacia los domicilios indicados, pero antes de llegar
pasaron por estanco y se apropiaron de varios paquetes de tabaco, librillos,
cerillas y varias botellas de coñac. Una vez llegaron a las casas indicadas,
exigieron la entrega de alimentos y cargaron varios sacos con productos de la
matanza, quesos y otras viandas y la
entrega de treinta mil pesetas, llevándose a uno de los propietarios como
rehén. El dinero exigido debía ser llevado a la tapia del cementerio viejo en
una hora, bajo pena de ejecutar a los rehenes. A petición del jefe de falange,
accedieron a dejar en libertad al Secretario para que reuniera el dinero,
porque consideraron que era la persona idónea para tal fin.
En la Plaza Mayor se había
reunido un pequeño grupo vecinos entre los que se hallaba el cura y el juez, a
los que el secretario contó lo que pasaba. El cura, en su condición de
alférez-capellán del Ejército durante la guerra, incitaba a los presentes para
que se apostaran en las cercanías del lugar y desde allí abatirlos a tiros. El
buen criterio del juez hizo que desistieran de tal acción, recriminándole al
cura su actitud y diciéndole que en vez de calentar el ambiente se dedicara a
rezar que era lo suyo, evitando con ello una posible masacre.
El Secretario se entrevistó
con el depositario del Ayuntamiento y de
común acuerdo sacaron ocho mil pesetas de los fondos que éste último
custodiaba. La esposa de uno de los secuestrados entregó trece mil y entre el resto de vecinos, haciendo el cura
de intermediario, juntaron las nueve mil restantes.
Con las treinta mil pesetas
reunidas, el secretario se acercó a las tapias del cementerio y se las entregó
a los maquis que, una vez en su poder, dejaron en libertad a los detenidos y
partieron por el camino de las Hoyas con rumbo desconocido.
Como era su obligación,
inmediatamente intentaron poner los hechos en conocimiento de las autoridades
provinciales pero no lograron comunicarse porque, el único teléfono existente
en el pueblo era el de la empresa que suministraba electricidad y, como era muy
corriente, no funcionaba. Se acordó que una persona se acercara a Horcajo de
Montemayor donde había otro teléfono de la misma empresa y a las dos de la
madrugada lograron contactar con el puesto de la Guardia Civil de Ledrada, con
la esperanza de que en poco tiempo llegaría
la fuerza pública.
Como a las nueve de la mañana
del día 12 no se tenían noticias, se desplazaron hasta Béjar el alcalde, el
secretario, el Jefe de Falange y un concejal y desde allí, en taxi, viajaron
hasta Salamanca para visitar al Gobernador Civil, que a la sazón era don Diego
Salas Pombo, para informarle de lo sucedido.
Los recibió con actitud
distante y desconsiderada diciéndoles que ya tenía noticias de los hechos y que
en los próximos días se desplazaría hasta Colmenar.
El día 13 llegó al pueblo una
camioneta con una docena de guardias civiles, un coche con un coronel, un
capitán y un teniente de la benemérita y por la tarde un coche con el Gobernador Civil y dos
acompañantes.
La noticia en LA GACETA
La autoridad provincial se
indignó mucho con las autoridades locales, destituyendo en el momento a la
mayoría de ellos y también con los vecinos a los que reunió en el portal de la
Iglesia y tildó decobardes. Dicho lo cual el ínclito Poncio se marchó y dejó a
todo un pueblo confundido, desamparado, agraviado y con la sensación amarga de
no haber hecho lo que de ellos esperaba Su Excelencia el Señor Gobernador, que
no era otra cosa que haber repelido bravamente la agresión de “los maquis”, a
sabiendas de que muchos caerían muertos, heridos o lisiados para toda la vida.
La noticia apenas tuvo eco en
la prensa local, tan sólo una reseña de
la visita del Gobernador, sin mencionar los problemas que le habían llevado
hasta allí y ni una palabra de la irrupción de los maquis en el pueblo.
Un capitán y dos números de la
Guardia Civil tomaron declaración al jefe de Falange, a los otros dos
secuestrados y al secretario. La conclusión final fue que pocos días después
una pareja de la Guardia Civil de Ledrada, cumpliendo órdenes de la superioridad
detuvo al secretario, al que se le acusó de“colaborador necesario”, siendo encarcelado.
Un grupo de más de treinta
vecinos, encabezado por el jefe de Falange, pero entre los que no se encontraba
ni el cura ni ninguno de los vecinos considerados “de derechas de toda la vida”
se desplazó a Salamanca para gestionar su liberación, avalando el buen
comportamiento del secretario en los sucesos y consiguiendo su puesta en
libertad después de veintiún días de cautiverio.
Las gentes de Colmenar,
durante varios años, tuvieron que cargar con el “sambenito” de cobardesy fueron
objeto de burlas, chanzas y descalificaciones en los pueblos de la comarca, con
chascarrillos como: “Si queréis comprar gallinas id a Colmenar” o “Eres de
Colmenar, pues no se hable más: cua… cua… cua…cua”.
Por todo esto y por la
amargura que el suceso dejó entre los lugareños, en Colmenar se eludía contar
el episodio, guardándolo en el lugar más recóndito de la memoria porque era
mejor “no menearlo”.Hoy, transcurridos setenta años, lo sacamos a colación sin
otra intención que la meramente informativa.
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