Rayando ya la alborada,
llega silenciosamente,
como mensaje de muerte,
una fuerza uniformada:
Fuerza vestida de verde
y cabeza acharolada.
Habían sido avisados
que pensaban pernoctar
en el centro del pinar
un grupo de hombres armados,
un cuarto de centenar
de luchadores honrados.
Un grupo de guerrilleros
que habitaban en la sierra,
alerta y en pie de guerra
bajo el sol y los luceros,
sin más hogar que esa tierra
de intransitables senderos.
La fuerza, bien dirigida,
se desplegó sabiamente
para subir la pendiente
y remontarla enseguida,
para así, sembrar la muerte
por sorpresa en la guarida.
Y llegaron al puntal
donde vivían alerta
con mano en la metralleta
los de la Internacional,
que con la esperanza inquieta,
luchaban por su ideal.
Era chivatazo claro
de un desgraciado pastor
sin hombría y sin honor;
chivatazo que pagaron
unos hombres de valor
que en su honradez confiaron.
Y cuando apuntaba el día,
sin aviso de atención,
la fuerza de la traición
dispararon a porfía
sus armas a discreción
con su gran algarabía.
Los sitiados se movieron
con rapidez de felino
y con fuego respondieron
al fuego del asesino;
y como bravos murieron
por un chivatazo cochino.
Un aborto del infierno
de mala madre nacido,
que por dinero ha vendido
a un puñado de hombres buenos,
que por él han perecido
luchando en Cerro Moreno.
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