Qué quiere que le diga. Empezábamos a asumir la derrota, pero eso no implicaba que nosotros fuéramos unos derrotados. Implicaba que la guerra estaba perdida y que los poetas de verdad iban a escribir muchos más poemas que nunca, versos de revolución y libertad que ellos iban a quemar, porque a ellos no les gustaban demasiado las aperturas a nuevos horizontes, si no que se lo digan a Federico, y menos los atentados a su Dios y a su patria, su patria tan unida y tan resquebrajada siempre. Implicaba que nos iban a buscar para matarnos porque anteriormente ya nos habíamos estado todos matando, pero ellos debieron matar más o quizás tuvieron más fuerzas o defendieron con más ímpetu sus ideales. Implicaba que ellos estarían dispuestos a subir por la serranía y a controlar los Pirineos para matar guerrilleros antifranquistas como quien caza conejos.
Y fuimos muchos los que decidimos que queríamos vivir y nos marchamos a Francia recorriendo montañas y caminos, hablando de comunismo y república, hablando de nuestros hijos, que no sabíamos si estaban vivos, y de nuestras mujeres, encarceladas, muertas o encerradas tras los anchos muros blancos de las casas de los pueblos haciendo vida de beatas salvo sin iglesia y rosario y sin creer en Dios, malcomiendo sin creer en Dios, llorando sin creer en Dios, anhelando sin creer en Dios, buscando la muerte y buscando la nada, porque no creían en Dios, amando desde la soledad y la incertidumbre sin creer en los milagros. No lo crea, eso de no creer en Dios hay que pensárselo dos veces, que ha de ser bueno para superar la angustia, y sobre todo para vivir con la esperanza del paraíso, el edén de los cielos donde todos, etéreos, se mirarían con una complacencia sobrenatural. En fin, prosigo, íbamos a Francia, y allí pasamos un par de semanas los excombatientes republicanos aprendiendo francés con las muchachas, cerrando las tabernas de Bayona, robando un poco de las huertas y ayudando a algún granjero gabacho para ganar cuatro perras gordas, y entonces estalló la Segunda Guerra Mundial y no había forma de aprender a vivir sin guerra.
Algunos nos incorporamos a la Resistencia francesa, por varios motivos, el primero porque no nos quedaban más cojones y teníamos que comer, el segundo por la afinidad de ideales y el tercero porque a fin de cuentas, los franceses nos habían echado una mano y nosotros éramos gente bastante leal y valorábamos la amistad y la cooperación tanto o más que el vino y las mujeres. Y el caso es que le dimos bastante estopa a esos perros alemanes que la habían liado gordísima en Varsovia, tanto que su casco viejo quedó destrozado hasta lo irreconocible, y cuando los últimos alemanes se iban retirando, muchos de nosotros reorientamos nuestra lucha antifascista, y en el valle de Arán nos las vimos con el contrincante y nos pusimos a pegar tiros como locos de la guerra, los unos y los otros, y entre muertos y detenciones, algunos tuvimos la suerte de poder progresar hacia el interior y buscar a nuestros amigos por los montes de la patria de la que tanto hablaban ellos. Pero a lo que iba, en el Valle de Arán estábamos más de cinco mil guerrilleros armados hasta los dientes, una vez que el ejército alemán había desalojado el sur de Francia y nos dejó pasar de una puñetera vez, y comenzamos aquello que llamaron Operación Reconquista de España, con López Tovar como responsable militar de la División 204, que la formábamos doce brigadas con el objetivo de conquistar el territorio español comprendido entre los ríos Cinca y Segre y la frontera francesa.
Entonces aquello se declaró zona conquistada bajo el gobierno de la República, que entonces estaba en el exilio, para provocar un levantamiento general de España contra el Caudillo, y decían que los aliados iban a intervenir para liberar al país del fascismo. Y bien que habíamos dado algún susto, pero empezó Franco a mandar efectivos, es decir, guardias civiles, policía armada y batallones del ejército y contra aquello no había quien pudiera. Habíamos logrado la conquista de varios pueblos, donde alzamos nuestra bandera y llevamos a cabo nuestra propaganda política que no era más que el discurso del antifranquismo, y el estrépito del fracaso tuvo lugar en Viella que era el principal objetivo de nuestra operación y el principal objetivo de ataque de las fuerzas franquistas, ganadoras por mayores recursos humanos y de armamento. Y comenzamos la retirada. Y con tanta represión, si nos cogían nos iban a cortar los huevos, o nos iban a matar, o nos iban a detener y ello sería mucho peor que estar muerto, porque cabía la posibilidad de la tortura previo viaje a la nada, porque nosotros no creíamos en Dios, que era la principal diferencia entre los dos bandos y les quemábamos las iglesias porque eso les tocaba mucho la fibra sensible y les bajaba la moral y a Franco se le producían arritmias. Pero luego nos dimos cuenta de que la guerra no se ganaba quemando iglesias. Una guerra se gana, amigo, matando más que el enemigo, si bien no ha de desestimarse la colaboración de la opinión pública. Tras el descalabro de Arán, la moral de los exiliados antifranquistas no se resquebrajó de manera demasiado notoria, o al menos, trataron de hacerse fuertes en mitad de la derrota, y lo hacían pensado que había una corriente en Europa de destrucción generalizada del fascismo que tarde o temprano tardaría alzándose y algunos de nosotros llamamos a aquello la Revolución de los Pensadores. En fin, se incrementó la actividad guerrillera, debido a la incorporación de nuevos contingentes a través de la frontera de Francia y una adecuada reorganización de nuestras partidas, cada vez más militarizadas, y los comunistas, desde el exilio, promoviendo la creación de agrupaciones guerrilleras, promoviendo para que luego ese Stalin les convenciera y tuviéramos que renunciar a la lucha y pasar a llamarnos Comité de Resistencia y se nos fuera diluyendo la fuerza y el carácter, porque desde el PCE no recibíamos ya ni el mínimo apoyo, y las fuerzas franquistas nos fueron aniquilando con plena conciencia de nuestra debilidad, y hasta la guardia civil desalojó las zonas de montaña donde encontrábamos sustento porque imagino que querrían matarnos de hambre o que bajáramos a los pueblos a dar la cara, y a ser presa fácil de la tortura, que fue la práctica habitual de los interrogatorios, y empezó a haber bloqueo de información, y fuera de las zonas de montes afectadas poco o nada se sabía acerca de los maquis, y en la prensa empezaron a llamarnos bandoleros en vez de maquis porque la dictadura quería despojarse de sus acciones en sentido político, y nos fuimos quedando solos, solitarios frente al cerco del dictador, expuestos a la Ley de Fugas que daba licencia para reventarnos la cabeza, otros encarcelados, algunos fusilados, y nos fueron acorralando y así mataron a balazos a Quico Sabaté, a Ramón Vila, Caracremada y a Castro Veiga, el Piloto, y la leyenda quedó viva y la literatura y el cine buscaron a las familias de los maquis para escribir la historia de la tragedia en los montes y la mirada del odio fascista que tanto habían trabajado Franco y sus secuaces. Y yo pude escapar el día que mataron al Piloto, nuestro último muerto, gracias a Tente Amores, que había luchado en el bando nacional y era amigo del alma y alguien me lo puso delante cuando bajaba a una aldea en las faldas de los montes del norte de León. Y por un momento pensé que existía Dios, y Tente Amores me abrazó como si estuviera abrazando a un muerto querido que andaba con dificultades, enfermo de agonía, y me salvó el pellejo, y con el quedé el resto de la vida, hasta que su Dios se lo llevó. Y con él quedaré para toda la eternidad, porque ese tipo, Tente Amores, fue mi Dios.
Javier Guerrero.- Madrid.-
(A mi abuelo, Tente Amores, porque el vivió historias parecidas y era hombre de honor por encima del ideal político)
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